miércoles, 16 de marzo de 2016

Mujer Perfecta

A continuación, el último relato que he publicado, en Aluzine de Fanzine 9 (diciembre de 2015). En este caso, basado en un micro-relato que escribí en 2013, y que para la ocasión amplié, añadiendo detalles y trasfondo al personaje principal, el que habla en primera persona.

MUJER PERFECTA

Cuando la conocí, paseando por el parque, jamás me pude imaginar que aquella mujer tan atractiva pudiera interesarse por mí. No soy precisamente George Clooney. Más bien mi aspecto se puede aproximar más a Danny DeVito. Bueno, DeVito hace 30 años, no me voy a poner peor de lo que soy, a estas alturas. Ella, lo más sexy que había visto en mucho tiempo. Curvas que no pueden salir de los lápices de Horacio Altuna, Milo Manara o Eleuteri Serpieri, mis más febriles y turbadoras lecturas de onanista adolescente. Su pelo largo, negro como la noche de un ciego, y de textura suave a la vista, se contoneaba y jugaba con la brisa otoñal que atravesaba ese parque. Simultáneamente, sus pechos bailaban al ritmo de sus pasos, turgentes y apetecibles, haciéndome sentir que mi edad de lactancia no ha finalizado. Sus caderas sincronizadas con el mismo movimiento de los pechos, en una oscilación hipnotizadora. Sus muslos y glúteos, en una perfecta harmonía entre la voluptuosidad y la firmeza. Aparentemente, debía tener unos 25 años. La ropa, algo ceñida, no invitaba a pensar en que fuera una chica provocativa en demasía. Y su rostro… ¡ah, su rostro! Como si lo hubiera cincelado el mismísimo Miguel Ángel con el más fino mármol, tras diseñarla previamente en un programa de animación 3D en pleno Renacimiento.

Me quedé mirándola, absorto, casi sin importarme que se percatara de ello. Parecía que el tiempo se había detenido en ese instante. Nuestras miradas se cruzaron. Pude ver por primera vez esos ojos, de largas y oscuras pestañas, y azulado iris. Una tonalidad de azul que nunca había visto antes, brillante e intenso, con aspecto casi felino. Como era de esperar, se dio cuenta de mi incesante observación, y, para mi desconcierto, cambió el rumbo de sus pasos, y se dirigió hacia mí.  
- Hola, ¿cómo ti llama? – me dijo con acento exótico, mostrando una amplia sonrisa, sorprendiéndome y haciendo que mi corazón se acelerara como el de un atleta antes de comenzar la carrera.
- Jo…Jo…Jose – balbuceé - ¿Y tú?
- Mi llamo… Arianna. – contestó, casi pareciendo que improvisaba.
- ¿De dónde eres? – Me envalentoné preguntando.
- De muy lejos, ¿eres di aquí? – preguntó, mientras se acercaba lentamente, como un barco llegando en plena noche al muelle de un puerto.
- Si, de Jaén, de toda la vida…
- Podríamos quedar para cena, y así mi hablar de tu tierra.
Me quedé tan sorprendido, que apenas reaccioné…
- ¿He sido muy diricta? – preguntó con cara de avergonzada – No conosco nadie aquí, y busco quedarme en este ciudad.
Ese acento me ponía más y más, como si fuera un hechizo en una extinta lengua arcana. Finalmente accedí.
- De… acuerdo, nos vemos esta noche si quieres. ¿Te parece bien a las nueve, junto a la puerta norte de este parque? Hay un restaurante italiano muy cerca.
- ¡Muy bien! Haste luegu.

Volví a casa a cambiarme, sin apenas creerme que algo así me pudiera suceder a mí, un tipo del montón, del montón de abajo concretamente, de los poco agraciados a los que las chicas de ese nivel de belleza ni se dignan en mirar. Estaba eufórico y atemorizado a la vez. Subí los escalones que llevan a mi piso de dos en dos, como si me hubiera tomado 25 litros de Red Bull. No tenía una cita desde los 21 años… y acababa de cumplir 32. Me miraba al espejo, cambiándome de ropa una y otra vez, pensando que no tenía porqué ponerme tan nervioso. Quizá ella buscaba solo un amigo, alguien que le apoye en su labor de establecerse en esta ciudad. Caí en la cuenta que no llegó a decirme de dónde era concretamente. Entonces recordé a Marta, la única novia que he tenido. Estuvimos juntos tres años. Ella era como yo, nada especial, poco atractiva podría decirse. Comparándola en mi mente con Arianna, era como ver a una princesa elfa junto a un troll. Y recordé aquello que me dijo cuando cortamos: “Nunca vas a encontrar a una mujer mejor que yo, imbécil”. Rápidamente, ese recuerdo se desvaneció, sustituido por la imagen de la preciosa chica del parque.

Salí de casa, con su voz aun retumbando en mi cabeza, con ese acento tan indefinible como excitante. Llegué con quince minutos de adelanto, y comencé a dar vueltas por la acera, nervioso, pensando incluso si todo había sido una broma y me iba a dejar allí plantado esperando. Pero no, llegó, caminado despacio, con la misma indumentaria que llevaba en nuestro primer encuentro esa tarde, sonriendo una vez se fue acercando. Cuando llegó a mi lado, me saludó con un escueto “hola” y me dio un beso en la mejilla. Le expliqué que en España se suelen dar dos besos. Volvió a sonreír y me dio otro, en la misma mejilla. Claramente no conocía las costumbres de aquí.  

Nos dirigimos al restaurante italiano, que estaba apenas a 100 metros de allí. Increíblemente, durante el trayecto me fui relajando. Hablamos sobre la ciudad, acerca de qué monumentos visitar, qué parques, las actividades lúdicas que aquí se organizan… Ella asentía, sin abandonar la sonrisa, y parecía que iba memorizando cada palabra que yo iba pronunciando. Llegamos al restaurante y pedimos una pizza para los dos, eligiendo los ingredientes entre ambos. Me sorprendió que algo tan común como el jamón york o el pepperoni no le gustara. No le insistí en el tema, supuse que era vegetariana. Mientras comíamos, seguimos charlando. Yo iba intercalando algunas preguntas, aunque sin éxito, ya que parecía bastante celosa de su pasado. Pensé que algo malo le había acontecido en su país de origen. ¿Guerra? ¿Malos tratos de su pareja? ¿Trata de blancas quizás? Decidí no darle vueltas al tema y disfrutar del momento.

Tras la cena, a la que invité como un caballero, le propuse tomar una copa. No quería que esta noche acabara nunca. Ella lo rechazó argumentando que no tomaba alcohol.
- ¿Y si enseñas a mí tu casa? – preguntó, sin perder la sonrisa, dejándome con las piernas temblando.
- Sí, claro, estamos solo a 10 minutos. – respondí veloz, antes de que le diera tiempo a arrepentirse.
Nos dirigimos a mi casa, sin dejar de hablar sobre música, pintura, cine... Ella parecía saber de casi todas las disciplinas, al menos lo básico como para mantener una conversación amena, y cada cosa que yo decía la repetía, solo moviendo esos carnosos labios, como una colegiala aprendiendo la lección.

Al entrar en mi piso, le invité a ponerse cómoda y sentarse en el sofá. Ella me miró, se acercó hasta mí y me abrazó, su boca buscó la mía, como si de imanes de inversa polaridad se tratara, y nos dimos un beso, como los de las pelis, que me dejó completamente ido, narcotizado. Y pensar que iba a enseñarle mi colección de DVDs de Star Trek… menudo pringado soy. Comencé a acariciarla, mirándole a los ojos, que parecían iluminarse en esa tenue luz, con un tono aun más azul, como el cielo de verano. Su piel, suave e increíblemente caliente. Le fui quitando el vestido, y ella hizo lo propio con mi camiseta. Después, me bajó los pantalones. Ambos nos quedamos en ropa interior. Ni siquiera me avergoncé de lo extremadamente excitado que estaba, y que se percibía claramente por lo cada vez más abultado de mis slips. De repente, un flash me hizo pensar en la posibilidad que no fuera una chica, que fuera uno de esos transexuales tan femeninos que pueden pasar por mujer. Pasé mi mano por su entrepierna, con disimulo y delicadeza, y respiré aliviado, al no notar ningún bulto sospechoso. No, ahí estaba yo, con la mujer más perfecta que había conocido en mi vida. Al notar que le palpaba, me susurró:
- ¿Buscar algo ahí, Jose?
- No, no, ha sido un accidente, espero no haberte violentado.
- No ti preocupes, no hay nada que ocultar. ¿Eres mío?
- ¿Cómo…? – dije sorprendido, y algo descolocado por semejante pregunta.
- Que si mi perteneses. Si querer ser para mí.
- Sí, soy tuyo. – le dije, casi sin dudar, embriagado por su tacto, su voz y sus ojos.

Se quitó el sujetador, lentamente, y para mi sorpresa, sus pechos… ¡no tenían pezones! La miré a los ojos, y ella, sonriendo, comenzó a bajarse las bragas. Al bajar la vista, me percaté de que no había ombligo alguno donde debería estar. Volví a mirarla a los ojos, ya sin poder ocultar mi consternación y asintió con la cabeza, como intentando calmarme. De nuevo bajé la mirada, y contemplé que no tenía vagina. Era plana, como las muñecas Barbie que les quitaba a mis hermanas cuando era pequeño. Estaba aterrado y prácticamente en shock, incapaz de moverme ni pronunciar palabra alguna. ¿Qué es esta chica? ¿Acaso pertenece a alguna raza de súcubo, que ha venido a por mi alma pecadora? Me cogió la cara, suavemente, con las dos manos y me dijo:
- No temas, he vinido desde muy lejos, como ti dije, para encontrar a alguien en esto planeta que me sirva di guía, di protección, di sirviente... di confidente. Debo estudiar a vosotros hasta que mi pueblo venga a conquistar la Tierra.
Respiré, miré sus ojos, y le respondí sin dudar:
- Ya te lo dije, soy tuyo.

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