Cuando en 2006 ya tenía claro el destino de Pato Salvaje y su serie (el exterminio de ambos), mientras preparaba los números 5 y 6 de Pato Salvaje Universe, tuve el impulso de resetear al personaje, comenzando a darle nuevas aventuras en otro formato: la novela. Desde pequeño, siempre me gustó escribir, casi tanto como dibujar, supongo que es por ello que me siento tan guionista como dibujante. La idea de narrar de nuevo el origen de mi personaje "insignia", dotándolo de más profundidad, añadiendo nuevas historias de su pasado, y revisitando las aventuras ya conocidas, pero desde una óptica diferente, me hizo comenzar a organizar un guión de lo que sería una serie de novelas del pato mutante, llamadas Las Memorias de Pato Salvaje, cuya primera entrega trataría su origen, como era de esperar. De hecho, el texto que adjunto a continuación, fue escrito paralelamente al proceso de dibujo del número 5 de la serie, publicado en ese año 2006.
La idea era contar la historia en primera persona (como los textos que acompañaban a las primeras aventuras de este personaje), y para ello la excusa perfecta que se me ocurrió fue que acudiera a una terapia, animado por su novia Flipping-Girl (a la que llama Jenn).
Finalmente, por los mismos motivos que dejé aparcado el comic (trabajo, familia, otros proyectos...) también abandoné de forma indefinida esta primera novela de Pato Salvaje. No obstante, es posible que algún día (¿cuando me jubile quizás?) vuelva a retomarla y contar todas esas historias que comencé a definir.
Os copio pues la introducción y el primer capítulo:
Las Memorias de Pato Salvaje I:
Mutaciones descontroladas
INTRODUCCIÓN
Me dispongo a ir al psicólogo. No es que crea que lo necesito, pero mi chica, Jenn, se empeña en ello. Según ella tengo en mi interior guardados una serie de sentimientos que algún día podrían despertar, en el peor de los momentos, y acabar con mi vida. Hay que darle la razón en eso, ya que mi trabajo suele ser un tanto arriesgado, y las sorpresas, emocionales o no, no son recomendables. No sé si espera que me reforme, o que me arrepienta de cosas que he hecho y que la mayoría de la gente diría que son abominables. ¡Qué diablos! Ella ni menciona siquiera la típica frase “¿cómo te ha ido el día?” por miedo, supongo, a que le responda dando detalles. Pero es una buena chica, y sé que de verdad me aprecia, si no, no estaría aun conmigo (aparte del motivo del sexo), ya que mi cara no es precisamente la de Brad Pitt y mi cuenta corriente no es tan exorbitante como la de su ex-novio. Sí, estoy aquí, en la puerta de un psicólogo por ella. Así es el amor... y si este matasanos me incomoda lo más mínimo... le estrangularé con sus propios intestinos después de haber intentado introducir lo más profundamente posible el diván en su recto. Tengo la impresión de que esta tarde lo voy a pasar bien.
Entro en la consulta. La chica que me recibe me mira un tanto sorprendida. No debe ser por mi aspecto, ya que este tal Dr.Walters está especializado en gente como yo, un tanto especiales. Jenn me lo recomendó porque un compañero suyo (también algo... inusual) asistió a su terapia de psicoanálisis tras un reciente trauma sufrido en un ataque a su casa, donde perdió algún que otro miembro en el conflicto. Pero la secretaria no está sorprendida por mi belleza natural, no. Atisbo un fluido en la comisura de sus labios... parece que el buen doctor intenta diversificar las actividades de su empleada, y debo haberles pillado en plena faena.
Finalmente, me invita a pasar a la sala contigua. Veo un diván. Sonrío. Esta chica no puede imaginar en lo que estoy pensando ahora mismo, aunque seguramente le daría a este mueble la misma utilidad que yo pensé hace un momento para el doctor.
Por fin aparece Walters. Me siento decepcionado, quizás esperaba que entrara por la puerta Frasier. Veo demasiada televisión (otra observación jocosa de Jenn). Me mira de arriba a abajo. No le lleva mucho tiempo, ya que mido un metro sesenta. Me siento en el diván y comienza a largarme un discurso de lo más aburrido. Dos de cada tres palabras que dice se pierden antes de entrar en mis oídos. No me importa. Pide relajación. Seguro que él usa alguna sustancia digamos... ilegal para relajarse. Todos los matasanos lo hacen. Como imaginaba, para intentar conocer mis motivaciones, mis miedos, mis sueños, solicita que cuente la historia de mi vida, desde lo primero que recordara de mi niñez. Bueno, espero que tenga bastante estómago para escuchar lo que viene a continuación.
PARTE UNO: ORIGEN
Capítulo I: El estanque (o “¿un vaso de agua contaminada?”)
Hay momentos que no recuerdo. Debe ser por el mismo efecto que las sustancias tóxicas y radioactivas. O quizá porque han pasado casi treinta años. Lo más seguro es que se deba a que, independientemente del estado de mi código genético, yo sólo tenía unos meses. Es la parte de mi vida que jamás conoceré, mi madre... mi padre... mi huevo.
Sí, yo sólo era un pequeño patito de granja. Seguramente alguien me compró para su hijo en alguna feria de ganado de cualquier pueblucho de la llamada “América profunda”, cerca probablemente del Valle de Chaseville, primer lugar que recuerdo. En él se halla el estanque, mi estanque. Estanque donde me abandonarían cuando, pasados unos meses, el bonito patito de suaves plumas, se convirtió en un pato algo más voluminoso, ruidoso y, seguramente, inclinado a dejar sus excrementos sobre algún objeto muy apreciado por la madre o el padre del pequeño al que pertenecía.
Todo esto son conjeturas, lo sé, pero a veces me gusta pensar en ello. Aunque doy gracias por aquella egoísta acción, que desembocó en lo que soy ahora. Nunca he añorado una vida normal.
Siendo sincero, el primer recuerdo que tengo es el estanque, de tranquilas y turbias aguas. Calculo que podría tener varios kilómetros de perímetro, rodeado por un pequeño bosque, tras el cual había una autopista interestatal, que emitía guturales sonidos de rugientes motores y, en ocasiones, estrepitosos ruidos de neumáticos rechinando y cristales y chapas quebrándose. Junto a la orilla y bajo el agua, botellas, latas de refrescos que ya ni se comercializan, un carrito de supermercado y una serie de bidones con unas inscripciones que más tarde descubriría que se referían a “material radioactivo”. Además, cada cierto tiempo llagaba un camión cisterna y vertía a través de una manguera unos residuos de color negruzco que hacían que en varios días hubiera peces muertos flotando en esa zona. Sí, peces grises, insectos y algún que otro batracio eran la compañía habitual. Y también la dieta. Pero yo no estaba en lo alto de la cadena alimenticia, ni mucho menos, ya que me vienen imágenes de algún predador, caimanes según creo, de los que tenía que huir bastante a menudo.
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